viernes, 3 de enero de 2014

Las cadenas y el óxido del amor



Abres los ojos y encuentras unas cadenas que te aprisionan. Los largos eslabones de hierro se funden con tu cuerpo sin que puedas librarte de ellos, por mucho tiempo que pierdas forcejeando. Y levantarse de la cama es un esfuerzo tan grande en un fin de semana… Pero la curiosidad puede contigo y saltas de la cama con un impulso felino, un deseo ambiguo de saber qué hay al otro extremo de tus grilletes.
Recorres un pasillo frío, que no te resulta nada familiar a pesar de haber crecido correteando por él. El sonido de una gotera al final del corredor no te ayuda a tranquilizarte, así como el hecho de que las cortinas no dejen translucir un mísero rayo de luz.
Un sonido metálico te hace saltar el corazón en el pecho, la espalda se recubre de un sudor frío y las mejillas pierden el color lozano de las chicas jóvenes como tú.
Ves como una figura humana avanza hacia ti, se hace más corpulenta a medida que se acerca e infunde verdadero pánico, pero no puedes gritar. El nudo que se ha formado en tu garganta ahoga todos los sonidos, te ahoga a ti. Te falta el aire. Notas la boca seca. Las rodillas ceden a la presión y caes a los pies de la horrible criatura que ahora está a escasos centímetros, y puedes sentir el óxido de sus labios en tu cara. Pero no abres los ojos, no abres los ojos…
Entre silenciosas lágrimas despiertas en tu cama, escaparate de cientos de peluches con caritas redondas y alegres, de cojines mullidos de colores pastel y cómodas sábanas de franela.
“Una pesadilla” y te levantas descansada a darte una ducha de 5 minutos, antes de desayunar y coger el transporte para ir al instituto. Te sientas junto a un chico agradabilísimo en el autobús, chica con suerte.
Y durante todo el día, en las clases y ahora que vuelves a casa te sientes libre, una muchacha del siglo XXI, una triunfadora, un individuo independiente en la sociedad moderna europea.
Pero vuelve el sonido metálico, está ahora en tu cabeza. Los escalofríos recorren tu espalda y el último vello del cuerpo se eriza al recordar ese sueño estúpido de esta mañana. Se acerca una figura corpulenta hacia el asiento libre a tu lado. Tiemblas. Es el chico de esta mañana. Olvidas el sueño. “Pero qué mono que es” y entabláis una conversación animadísima de cualquier cosa que se os ocurre.
Te bajas en la estación, con el móvil del chico amabilísimo en el bolsillo de la chaqueta -última moda invernal, anunciada en la tele en horario +18- y resuelta entras en el portal de casa, pensando en cuándo le llamarás y cuál será la excusa.
Las cadenas empiezan a formarse, el óxido se palpa en el aire, el sueño no es tan irreal…

1 comentario:

  1. Felicidades. Me puse a curiosear tu blog y me quedo con buen sabor de boca. Me gusta porque tienes la capacidad de sugerir contando. Y, ¡leñe!, por fin leo algo tuyo.
    Besos, Catedrala mía. Muacmuacmuacmuac!

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