martes, 11 de febrero de 2014

Observando desde arriba

Pienso sobre el gran observador que nos vigila desde los cielos. Ese padre, hermano, tutor que nos controla, con un "inofensivo" sentimiento voyeurista que se le perdona y no se le condena, por ser quien es. Como los reyes magos cuando somos pequeños y falta poco para Navidad, este joven con barba nos  mira cuando nos bañamos, cuando dormimos, cuando besamos, cuando nos masturbamos, haciendo que nos invada un sentimiento de culpa por hacer algo que la sociedad penaliza. Pero la venganza llega siempre, dulce como la miel. Ahora le vemos a él, mirando desde los cielos, ahora sabemos que la criatura no es creador, y que ésta no es más que un símbolo que controla nuestros instintos más profundos. Ahora hemos vuelto a ser creadores. Podemos controlar este personaje que una vez se nos fue de las manos y llegó a desmaterializarse de la historia. Ahora somos responsables de nuestra propia vida.

jueves, 6 de febrero de 2014

Sobre costumbres ajenas

Desde mis primeros recuerdos, he tenido la oportunidad de acercarme a muchas culturas extranjeras. Una de ellas en concreto me ha llevado a pensar en las diferencias de sus costumbres con las nuestras, en particular lo relacionado con la muerte y las convenciones sociales que la rodean. Me dispongo ahora a explicar sus extrañas prácticas, y coincidiréis conmigo en que son, cuanto menos, peculiares.
Cuando un miembro de esta sociedad fallece, sus allegados disponen el cadáver del difunto en una caja de madera rectangular, y proceden a ejecutar un ritual que conservan desde tiempos antiguos: eliminan las vísceras del fallecido, y en su lugar colocan un relleno para que el cuerpo no se hunda, conviertiéndolo así en un grotesco muñeco desprovisto de la vida que anteriormente tuvo.
Este proceso se lleva a cabo en un templo, donde las velas iluminan las imágenes de sus ídolos. Éstos se ciernen sobre las cabezas de sus gentes, mirando omnipotentes cómo finaliza la vida terrenal de su discípulo.
La estirpe del difunto viste con la indumentaria especial que tal ocasión requiere: los grandes y extravagantes mantos negros cubren los apenados rostros de las mujeres. Las más ancianas llenan el recinto con inconsolables sollozos y lamentos que componen la banda sonora de esta función. El telón se baja después de una larga procesión precedida por el séquito de parientes del difunto, seguido por una comitiva que lleva a hombros al muerto, bajo la mirada del resto de la sociedad.
¿Es completamente distinta esta cultura de la que nosotros profesamos? La primera impresión llevaría a afirmar que sí, pero leyendo con atención nos daremos cuenta del engaño: de la primera a la última frase de este texto se refiere a la cultura occidental, la mía propia y, probablemente, la tuya.
El miedo o la incomprensión nos puede llevar a repudiar actos que nos son ajenos, y la costumbre nos hace olvidar el buen hábito de cuestionarnos nuestras tradiciones de vez en cuando.