miércoles, 12 de agosto de 2015

El coste de la libertad

Las facturas forman un mantel en la mesa de la cocina, mezcladas con periódicos de varias semanas anteriores, escondidas debajo de los restos de comida china del almuerzo. Vera dormitaba en el sofá, con el mando a distancia en una mano, y un pitillo casi apagado en los labios. Es imposible saber cuanto tiempo lleva así, los ojos fijos en la pantalla, desganada, sin intención de moverse o hacer algo, Vera muere en vida.
Es una niña bien, pero no es malcriada, no es caprichosa, no gasta más de lo que necesita tener, Vera es austera. La ropa sucia se amontona debajo de la mesa, vive sola, aún piensa que va a lavarse y recogerse sola, y viste la última camiseta limpia que queda.
Antes iba a la Universidad. La pagaban sus padres, pero no era lo que quería, no quería clases, leyes, profesores. Vera dejó los estudios y trabaja de camarera. O solía hacerlo. Creía que la libertad salía más barata, pero ni siquiera está ahora segura del concepto. 



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